¿NOSTALGIA?
Hace algunos años, un amigo me comentaba que había visto un graffiti en una barda de los suburbios de la ciudad de Montevideo, que decía: “Nostalgia la de antes”. No puedo dejar de mencionar la enorme resonancia que esa conmovedora expresión ha ido cobrando en mi.
El capital, el estado y la tecnología, han hecho que la palabra nostalgia haya caído en desuso. Las utopías fueron secuestradas y los valores ahora se cotizan en la bolsa. No cabe la nostalgia, no hay lugar para dolerse por el proyecto de futuro que no pudo ser. No hay tiempo para recobrar las cicatrices de la memoria, y es que de eso también está hecha la memoria, de cicatrices.
Las cicatrices son signos de sanación y se formaban con el ungüento y el bálsamo de un sentido; de un ¡para qué!, que hoy se transmuda en un “porque”; “porque así son las cosas”. Hoy no hay memoria del deber, hay deber de la memoria.
Sin embargo el graffiti referido está hoy en las bardas del cuerpo propio. El cuerpo, la piel, es la nueva barda en la que se escriben la nostalgia, la protesta, la inconformidad, y la desesperanza, aunque no con palabras, sino con gritos en forma de cortes, incisiones, tatuajes, enfermedades, etc. que no pueden cicatrizar porque carecen de sentido.
No hay quien escuche una estridencia que ya es parte del acontecer diario, incluso, neutralizada al punto de haberse convertido en un objeto más de consumo. El sentido perdió su sentido y deja lo sentido como resto que da constancia de lo que no se debe decir, de lo que no alcanza palabra, de lo que ahora no es pensable. Cabal cripta de la que sólo damos cuenta porque en su lápida no hay nombre ni epitafio.
No obstante, esta estridencia persiste, insiste de nuevos modos, haciendo escuchar su silencio, como lo hiciera hace unos meses el EZLN en Chiapas, o, como expresión de un sentir escrito en pancartas, como fue el caso del movimiento de los “indignados”.